10 de septiembre de 2025

Grandiosa mitología XIV

Barcelona fue un golpe de energía. Un viaje en velero por el Mediterráneo. Días con los pies en la arena y el cuerpo en el agua. Que las historias hayan tenido el sello de la ausencia es secundario. Falta de historias, porque hay que protestar, con el cuerpo, con la vida, con las relaciones, la cotidianeidad, los vínculos. Hacer frente al aire. Al aire liviano y al aire pesado. Consistencia o nada. Por eso voy inventando una mitología de escritores, actores, músicos, dibujantes, exploradores, cantantes, para salir adelante, para no perderme en la música, Samson, Ézéchiel, Judas, Ariel, Adam, Ethan, qué más da, las proezas de cada uno quedarán en la memoria, o no. Qué es lo heroico de vivir. Qué es lo definitivo de vivir. Casi nada. Lo gigante y lo infinitamente pequeño, nos persigue. Fui a la ciudad de la intensidad incesante, fui buscando magia, la encontré. En lo inmenso y en lo especialmente microscópico, en lo intangible y en la brisa cálida. Me pregunto por qué vuelvo y vuelvo a esa ciudad, y la respuesta ya la tengo: fui feliz ahí. Encuentro algo en ese lugar que sacia mis ansias de infinito. Las aventuras con Candela son siempre impresionantes. Son definitivas, y me ayudan a llevar el timón después. Olvido todo en esa ciudad, las cosas se vuelven livianas como espuma en la orilla del mar. Lo que siento ahora es que realmente comenzó la segunda mitad de la vida. Debe haber sido porque este mes fue una fiesta constante. Lo que iba sucediéndose en mi alma, estaba cerca del paraíso, tal como ese lugar para tomar café mirando las olas, para beber una cerveza y en la conversación saber que este comienzo es exactamente igual que una grandiosa mitología. Algo que uno imagina porque ya conoció a la vida. Porque pudo verla de cerca. No pensé que llegaríamos hasta acá, esa es la verdad. Con Candela siempre todo ha sido importante. Con la gente de Candela, con quienes me siento siempre en una comunión esencial. Sé por qué vuelvo a esa ciudad, porque demasiados secretos me fueron revelados en ella. Conocí el amor, la muerte, la amistad, la huida. Los acontecimientos son fuertes y nos determinan. Lo definitivo es que tal vez, sin saberlo, yo también nací en el Mediterráneo, como le gustaba cantar a mi iaia. No sé si voy a morirme ahí, como le sucedió a ella, pero sé lo siguiente: estoy en la mitad de la vida, y todo, absolutamente todo lo que no tomó forma, quedó atrás. Ese mes de mar y veleros supo llevarlo a cabo. Tal vez todo sea entregarse al momento, como si no fuera la mitad de la vida que nace, sino un solo día donde todo lo importante debe quedar dicho: eso me ocurre ahí. La perfección está hecha del brillo del sol en el mar y la noción de que queda, tal vez, la mitad de la vida: en el Mediterráneo, junto a la grandiosa mitología, comenzó la ficción que siempre supe que estaba en mí, y tenía la forma de un velero. El filo de la intensidad constante corta en dos el fuego que aprendí en esos días. Lo definitivo es saber que nos habita un velero perdido, pero que la amistad es siempre, siempre, el mar apacible. La ocasión de ese comienzo inevitable.

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