6 de septiembre de 2025

Grandiosa mitología VIII

No hay historia, esa es la verdad. No veo la necesidad de inventarla. Voy a decir tal cual sucedieron los hechos, para que luego no se me acuse de generadora de historias inexistentes. Lo que sería un halago, en cualquier caso. Pero la verdad es importante. Aquí el arte es: no hay historia. Comencemos desde el principio de esta ausencia de historia. La falta de relato es mi responsabilidad, pero no exclusivamente. A veces todo se confabula para que haya una ausencia de historia, y no una historia. Pero aclaremos que una ausencia de historia puede también ser una historia, es el caso de esta. La responsable real de la ausencia de este relato es paradojalmente la literatura, y el teatro. Por qué. Conocí a Ézéchiel el actor en una fiesta de barrio. Más exactamente en un restaurante de comida libanesa que hay en el barrio. No es mi barrio. Lo era en ese momento. Esa noche, era mi barrio. O esa tarde, que luego fue noche. El restaurante repleto de gente, esperamos un largo momento para poder comer esa comida fantástica. Tenía yo un plato gigantesco al frente lleno de pastas de legumbres y verduras, una larga mesa de personas con cervezas y sangrías, y llegó. Ahí lo conocí, con ese plato gigante de esa comida fantástica al frente, el que todos deberían tener pero el mundo es un cruel desastre. Él no estaba al frente. Él estaba más allá. Habría sido mejor si él hubiese estado al frente, pero no. Aquí parte la ausencia de historia. Él sentado dos puestos más allá, y yo con el plato inmenso al frente, y con una cerveza. Conversaciones cruzadas entre un sinfín de personas que estaban sentadas a la mesa y una gran batahola. En realidad eran varias mesas, unidas para la ocasión, parecía una gran fiesta. Supongo que lo era. Era imposible conversar con alguien dos puestos más allá así es que justamente aquí es cuando comienza el relato inexistente. Entonces más bien diremos que era yo, el plato, y mi deseo de conversar con alguien que estaba dos puestos más allá. No es tan buena la historia, pero hay más. Por suerte. Luego partimos todos a unos conciertos que había a un par de cuadras, en la calle. Aquí viene la segunda razón de por qué no hay relato. Ézéchiel el actor tenía que irse a preparar asuntos de una obra, y tuvo que partir. La fiesta siguió, por supuesto, y los conciertos me sorprendieron gratamente. Bailamos incluso. Luego otro día, y aquí viene la tercera razón de por qué no hay relato, había un concierto en el barrio, otro concierto, en un local esta vez, pero ni él ni yo nos presentamos en el lugar indicado. Yo estaba redactando la grandiosa mitología, y él estaba adaptando el vizconde demediado de Calvino al teatro. Así sucede con el arte, a veces te lleva a la ausencia de historias. Tengo experiencia en esto. Por mientras él recibía preguntas anónimas y las respondía, lo que me causó mucha gracia. Envié una, por supuesto. Algo relativo a la literatura y al teatro, que es lo que me interesa, mientras veía pasar interrogantes personales del tipo, ¿buscas pareja?, y preguntas de ese estilo, que me hicieron reír. Luego vino la cuarta razón por la que no hubo relato, yo tenía que tomar un tren de vuelta a Lyon, donde vivo. Las vacaciones, terminadas. Las novelas, no, nunca. Los veleros, terminados provisoriamente. Los verdaderos veleros. Recordemos que yo voy siempre en un velero. Un velero blanco al ritmo de las olas. Un velero vacío y con libros. En resumen, para que no se me señale como responsable absoluta de la falta de historia, tenemos tres cosas, la ubicación geográfica en la mesa, unida a la repentina desaparición inexorable, luego la inexistencia de los personajes en el concierto señalado dado a quehaceres creativos impostergables, Lisa la escritora una novela, y Ézéchiel el actor una obra de teatro, y luego el abandono por la partida en tren de Lisa la escritora a la ciudad de la literatura. Señalé que la ausencia de relato podía ser un relato. La pregunta es, ¿por qué escribirlo? Pero esa es una pregunta que siempre se presenta. La respuesta es la siguiente: porque puede llegar a ser un relato. Los veleros siempre zarpan, cuando es el momento. 

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